Para todos aquellos que deambulamos en ese estado de apresurado somanbulismo zombie cada mañana en las atestadas estaciones del metro en la hora pico, la capacidad de desplazamiento se convierte en un acto casi reflejo, que excluye el pensamiento consiente para su ejecución.
Uno accede de la calle a la estación, de las escalinatas a los andenes, y de estos, a los vagones en un automatismo que sin duda recuerda las secuencias de imágenes en blanco y negro de la muy famosa y clásica distopía fílmica llamada Metrópolis. La rutina que deshumaniza a esa masa amorfa de apresurados extraños generalmente no depara ningún tipo de sorpresa, no suele ofrecer distinciones memorables, y suele estar totalmente exenta de belleza.
Avancé entre el tumulto y los empujones de la muchedumbre, dando pasos cortos y evitando en todo momento pisar o ser pisado en el proceso de buscar un lugar entre las filas de asientos. Como suele ser habitual, no encontré alguno disponible. Secretamente maldije al sujeto situado al lado mío, y que acababa de encontrar el último asiento disponible. Resignado, respiré profundamente, me coloqué en el pasillo y así el pasa manos esperé a que el vagón arrancara. Las puertas se habían cerrado ya, y la alerta dejado de sonar, e inició nuestro cotidiano traslado…
De pronto, sin aviso previo, ahí estaba, situada a dos asientos por delante de donde yo me encontraba, un perfecto y hermoso par de bien torneadas piernas, rematados en unos hermosos de bellos y bien cuidados pies exhibidos cándidamente en unas sexys y escotadas zapatillas. Quedé absorto en su contemplación, el tono claro de su piel con un matiz satinado, las delicadas venas de tonalidad azul-verdosa que se marcaban el dorso de sus pies. Me recreé en los sensuales detalles de la curva de sus hemisféricos talones, su pronunciado arco plantar, la delicada belleza de sus dedos, la meticulosa precisión de su pedicura y la tonalidad de su barníz de uñas.
Las sensuales zapatillas, un sexy modelo de tacones altos y muy delgados, de los que se conocen como Hig Heels Mules, caracterizados por poseer una punta y talón desnudos. Eran de una tonalidad plateada, con pedrería incrustada en la delgada tira que servía como correa, que abarcaba la zona baja del dorso del pie, apenas por arriba de los dedos. Eran el marco perfecto para exhibir la belleza de esos hermosos pies, entonces noté que una prominente erección se abultaba en mi entrepierna, traté de disimilar mi excitado estado., pero no podía apartar la mirada de esas bellezas pareadas que incitaban al apareo. Eran como un poderoso imán que atraía y fijaba mi mirada sólo en esa delicada, tersa y sensual belleza. No me di cuenta del paso del tiempo, y del avance de estaciones mientras estuve absorto en la contemplación de esa belleza.
Entonces miré el reloj y me di cuenta que en tres o cuatro estaciones más yo debía descender, y comenzó mi angustia, acrecentada por el temor de que ella tuviera que descender antes de que yo lo hiciera. En cada estación, esperaba no tener que verla incorporarse y privarme así de la esporádica y exquisita hermosura de sus extremidades. Decidido a inmortalizar ese raro y hermoso hallazgo, como quien quiere preservar en el recuerdo la imagen de un lirio que florece en un pantano, saque mi celular, fingí revisar mis mensajes, lo puse en modo cámara, desactivé la función de flash y seleccione el modo silencioso desactivando el clásico sonido del click cada vez que se abre y cierra el obturador para captar la imagen.
Acomodé mi celular apuntando furtivamente con la cámara hacia el espontáneo objeto de mi deseo, y me dispuse a accionar el disparador de la cámara tratando de tomar la mejor imagen de que fuera capaz sin tener enfocar con apoyo visual de la mirilla o de la pantalla.
En eso estaba cuando arribamos a la siguiente estación, casi maldije en voz alta a una obesa señora que al ponerse de pie cubrió temporalmente con su rechoncha silueta el campo visual en que se encontraba la escena que me tenía como hipnotizado. Con la parsimoniosa lentitud de un paquidermo, la obesa mujer se bamboleó hasta la puerta, acompañada de una retahíla mental de vituperios de mi parte. Afortunadamente la hermosa mujer dueña de ese hermoso par de pies, continuaba en su asiento…
Aproveché el espacio que la rechoncha señora había dejado para situarme de pie justo a un lado de esa hermosa pasajera. Cuando los pasajeros que bajaron subieron se había acomodado nuevamente, pude accionar mi plan de inmortalizar esa belleza en una foto. Activé la cámara repetidamente y disimuladamente, sabiendo que no todas las tomas resultarían bien encuadradas o nítidas. Sabía que yo debía descender en la estación siguiente, así que guardé mi cámara, la revisaría más tarde, sin riesgo de ser sorprendido in fraganti. Ahora trataba de atisbar el resto de esa mujer de la que hasta el momento, sólo había podido distinguir parte del torso, sus hermosas piernas y sus espectaculares pies.
Nuestro vagón arribó a la estación en la cual yo debía descender para dirigirme a mi trabajo. Pensé rápidamente en reportar alguna contingencia por vía telefónica que me permitiera justificar el retraso de mi llegada a mi centro laboral, y continuar mi viaje con la enigmática mujer poseedora de ese hermoso par de extremidades. Me propuse seguirla con discreta distancia para conocer su destino, en mi mente, mi febril imaginación había tejido un frágil universo de sueños, telarañas y humo, en el que una la abordaba para invitarle un café, invitación que por alguna extraña razón ella no rechazaba de un completo extraño; y por obra de mis elevados niveles de testosterona y de mi propensión a fantasear, tampoco rechazaba ninguno de mis avances de conquista.
Estaba imaginando los ardientes escarceos fetichistas con los que me proponía a disfrutar de la tersa belleza de sus pies, pero la alarma de descenso del vagón sonó repetidamente, y el delicioso, apasionado y candente foot job así como el apoteósico creammy feet subsiguiente, se esfumaron y me devolvieron a la gris realidad del tumulto y la premura de autotransporte de la gran urbe en que vivía. Entonces noté que ya no se encontraba en su lugar, se había incorporado y avanzaba hacia la puerta más próxima a su lugar. Me felicité por mi buena fortuna de que coincidiéramos en la terminal de destino, y avance dando grandes y presurosas zancadas para descender de aquel atestado vagón.
Afuera, todo era confusión y tropel, me dirigí de inmediato hacía la única escalinata en la que calculaba poder localizarla… Vi a sus hermosas piernas ascendiendo los peldaños, y me lancé tras ella a toda prisa. Las ideas se me arremolinaban como un caótico tropel, mi imaginación giraba y se arremolinaba creando universos paralelos centrados en la satisfacción erótica centrada en el fetichismo, y empleando sus pies como hermosos y sensuales instrumentos de placer. La seguí a prudente distancia, tomó un acceso que me forzaba a alejarme de mi ruta habitual, pero decidí continuar la persecución. Me ensimismé en su resonante taconeo, en el sinuoso contoneo de sus caderas y en la grácil elegancia de sus pasos.
Pensé en alcanzarla y observar a que cara y cuerpo correspondían esas hermosas y sensuales extremidades, apresuré el paso, pero un par de zancadas antes de llegar a mi objetivo, desistí de hacerlo… Temí sufrir una decepción, que el resto de su ignorada anatomía no fuera proporcionada a la espectacular belleza que sí conocía…Inicié así un debate entre la voluntad, la ensoñación y la realidad. En casi todo debate entre estos tres elementos, la realidad es quien casi siempre resulta ser la vencedora, y habitualmente; por un muy amplio margen. Fue la realidad, quien reprendió a mi voluntad cuando la vi ascender la escalinata de un puente peatonal que la llevaría bastante más lejos de mi destino laboral. Esa misma realidad, me espoleó a retornar a la monótona rutina de mi trabajo, para satisfacer así mi angustia existencial.
Pero fue la ensoñación, siempre desafiante de la realidad, y en mi caso, promotora de las más absurdas locuras en las que se ha involucrado mi voluntad; la que me hizo trepar apresuradamente los escalones de aquella escalinata de dos en dos para tratar de alcanzarla. Allí estaba, a sólo dos zancadas, atravesando ese puente peatonal, nos encontraríamos en la mitad del puente y allí la abordaría…Entonces súbitamente, como si hubiese tenido una epifanía, esa revelación mistica de una verdad absoluta; me detuve en seco cuando una prístina idea me golpeó como un relámpago, y a su luminoso resplandor, decidí someter mi voluntad a la ensoñación, y permanecí estático mientras la contemplaba alejarse.
Sonreí y suspiré resignadamente cuando su silueta se perdió entre la informe y apresurada multitud. Había decidido sacrificar mi voluntad ante la sola probabilidad de recibir un chasco de realidad, que quizás terminara siendo una fuerte decepción de las altas expectativas estéticas que mi ensoñación había construido. Con esta cuestionable victoria pírrica, de la ensoñación y la voluntad sobre la realidad amortiguando la leve melancolía de mi reciente pérdida… Di media vuelta, y regresé a mi cotidiana y ajetreada realidad. Sonreí nuevamente al pensar que la tersa y satinada belleza de esas extremidades de inmarcesible hermosura, permanecerían por siempre estimulando con su perdurable y sensual hermosura, el erotismo y el placer en mi mente e imaginación.