Había resultado una semana especialmente complicada para ambos en el trabajo, y lo que yo notaba como indiferencia él lo interpretaba como exclusión. El ritmo acelerado de cada día nos impidió profundizar en los detalles, y el resto de los acontecimientos se precipitaron.

Habíamos tenido algunos piques derivados de mi cita a solas de la noche anterior, por mi resistencia a contar los detalles, motivada por preguntas que más qué curiosas, me resultaban tardías y un poco fiscalizadoras.

Pero decidimos que debíamos relajarnos y salimos otro sábado con ganas de pasarlo bien. Y el rato que estuvimos con amigos en el local lo hicimos.

Estábamos ya juguetones, yo prácticamente desnuda, salvo por un casuit de rejilla ancha y mis tacones. Nos estábamos quedando solos pero estábamos empezando a encendernos por momentos.

J. había cambiado la mirada y por primera vez notaba que sus preguntas se correspondían con sus ojos, curiosos, y su ánimo, divertido. Así que comencé a contarle algunos detalles de cómo me había sentido.

Noté cómo se asombraba de ciertas cosas que le contaba, como si estuviera descubriendo a una desconocida. Sus preguntas, y sonrisas al escuchar mis respuestas, lejos de incomodarme como hacía unas horas, me hizo ver de golpe lo equivocada que estaba pensando que necesitaba distanciarse de la situacion, era justo lo contrario…

Le contaba mientras comencé a acariciar su polla por encima del pantalón, notando que ya estaba dura. Desabroché su pantalón y la deje salir como un resorte, apretándola despacio pero fuerte, de arriba a bajo. Deseaba chuparla y eso hice. Me puse en cuclillas e interrumpimos la conversación mientras se la lamía de arriba abajo, suavemente. Salivé bien su capullo y me la introduje entera en la boca, lo más profundo que pude. Succionaba con empeño, y sus gemidos me pusieron a mil. Notaba sus manos en mi nuca acompañando mis movimientos, acelerando y desacelerando el ritmo.

Con un movimiento seco me hizo incorporarme dirigiendo mi boca a encontrarse con su lengua, para besarnos a lametones, con besos incompletos, de los que dejan con ganas de más, entre sonrisas, saliva y mordiscos de labios. Esos besos… hace tiempo que los identifiqué como «guarros» y un preludio inconfundible de que me va a follar duro. Yo me relamía adivinando lo que me esperaba.
Volvieron las preguntas.

– ¿Qué momento fue el que más te gustó? – me preguntaba mientras manoseaba y apretaba mi culo.

– Los momentos en los que me notaba capaz de dejarme llevar y tomar la iniciativa.

Le conté como utilice un juguete para caldear la situación durante la copa y un momento parking especialmente morboso para mí…

-¿En él parking? Allí hay cámaras… Eso no lo haces conmigo…
– Nosotros hemos hecho muchísimas cosas similares a lo largo de estos años… No te quejes, que era el primer sitio donde no estaba expuesta al público…
– ¿Entonces se la chupaste? ¿Te lo pidió él?
– No, no me lo pidió, lo hice yo porque lo deseaba hacer desde hacía rato, necesitaba empezar a estallar de una vez!

En ese momento no dejábamos de manosearnos, apretando nuestros cuerpos mientras nos masturbábamos el uno al otro. Siguieron los besos, las confesiones, sus manos apretándome el culo y metiendo sus dedos en mi coño, chorreante, preparado y absolutamente deseoso de algo más grande.

Me puso de espaldas, y yo me ofrecí, apoyándome en un taburete alto y entreabriendo mis piernas, mientras le ofrecía la visión de mi culo balanceándose pidiendo guerra. Me penetró de una vez, con una embestida lenta y segura. Siguió haciéndolo mientras yo me derretía casi literalmente escuchando sus peticiones.

– Quiero que tengas tu trío, pero no voy a ser yo. Quiero que te follen dos tíos y que me mandes fotos mientras lo hacen

Esas palabras me pusieron a mil, y aún así, me incorporé un poco, arqueándome, para que mi cabeza pudiera estar más cerca de su boca y pudiera contestarme al oído

– Después de lo que hemos tenido, ¿lo dices de verdad? A ver si luego te vas a arrepentir…
– De verdad – me contestaba al oído, quiero que te sientas así de cerda, porque cuando estás así me encantas, siempre me ha gustado cuando te olvidas de todo y solo disfrutas

Sus palabras acompañadas de sus embestidas, profundas, rápidas, fuertes, me tenían en un estado al borde del orgasmo, que quería retener.

Me giré sacando su polla de dentro de mí y me la volví a meter en la boca, sin aviso, de una sola vez. Chupaba deseosa incrementando mi placer con mi propio sabor…

– Me encanta cuando tú polla sabe a mí…

Hacía tiempo que no alcanzábamos tal excitación en un local, y tras unas cuantas embestidas más sin dejar de hacernos confesiones, le pedí que nos fuéramos de allí

– ¿A follar en el parking?
– Si te da morbo, sí, me puedes follar donde quieras

Tardamos mucho menos de lo normal en recoger los bolsos de la taquilla, pagar y salir a la calle. Yo llevaba un abrigo largo, que abroché para tapar mi desnudez. Cruzamos la calle, yo agarrada de su brazo, mientras J. seguía cachondo, con la polla inmensa, pidiéndome que no me abrochara tanto.

En la esquina del parking, me preguntó
– ¿En este fue?
– Sí, en ese, ¿quieres entrar?
– No, yo prefiero follarte por cualquier rincón en plena calle

Me atrajo hacia el callejón de al lado que llegaba a una especie de plaza. Dejé el bolso en un poyo y me giró bruscamente, me desabrochó el abrigo y metió su cabeza entre mis piernas, comiéndome y lamiéndome como un animal, mientras introducía sus dedos a un ritmo de vértigo. Ahogar mis gritos para no llamar la atención amplificaba mi placer. Volvió a penetrarme, de espaldas, y a embestirme, mientras me cogía de los hombros y me empujaba más profundo.

Al aparecer gente, paramos en seco y decidimos buscar un sitio más discreto. Cruzamos varias calles y decidimos entrar en una entre dos edificios, peatonal. No divisamos a una pareja que se encontraba charlando a modo de despedida, de las que recuerdan una primera cita. Pasamos de largo con el propósito de girar en la esquina, pero resultó ser una calle sin salida… ya nos dió lo mismo.
J. me empujó hacia el hueco de la entrada de una cochera, al objeto de ocultarnos un poco y de nuevo, entre jadeos, palabras sucias y besos guarros, nos follamos nuevamente.

La pareja se acercó tímidamente calle abajo, y al llegar a nuestra altura, se percataron también ellos de que no había salida. Dieron la vuelta, pero apenas se alejaron.
Yo estaba en ese momento comiéndole la polla a J. a quien la cercanía de la pareja m, casi adolescente, le puso a tope, y contándome como los teníamos cachondos, note como empezaba a contraerse, anunciándome que se iba a correr. Fue una corrida bestial que saboreé hasta el final con una sonrisa en mis labios mientras nos mirábamos a los ojos.

Me incorporé y nos besamos. Ese beso ya no fue guarro, sino extremadamente delicado y tierno…