Somos un matrimonio de 36 años mi mujer y 48 yo. Ella se llama Mari y yo Pedro. Es mi segunda esposa ya que tuve la desgracia de enviudar y he tardado bastantes años en volver a casarme. A Mari la conocí en un club de carretera donde trabajaba y desde nuestro primer encuentro surgió algo más profundo que la simple relación entre la chica de alterne y su cliente.
De siempre me ha gustado el sexo fuerte, rayando en el sado, si bien en estos clubs de carretera no es fácil encontrar servicios de este tipo, mucho más si en este caso lo que siempre he buscado ha sido una mujer que acepte someterse a mis deseos como Amo.
Cuando conocí a la que hoy es mi mujer, lo primero que hice fue plantearle mis gustos a lo que ella contestó que iba ser difícil que nos entendiésemos pues ella también era partidaria del sado y que cuando podía se convertía en Ama para someter tanto a hombres como mujeres. Después de tomar varias copas, la acompañé al reservado donde, casi sin darme cuenta, me tenía atado de pies y manos en la cama, formando una equis. Procedió a taparme los ojos con una venda, y a continuación me sometió a todo tipo de torturas. Lo primero fue ponerme unas pinzas en los pezones. En ese momento y a consecuencia del dolor que me produjo, intenté desatarme, pero me fue imposible contestándome ella con un fuerte golpe en los testículos con un palo o algo parecido.
El dolor de los pezones y de los huevos era insoportable por lo que comencé a gritar y a maldecirla, siendo la respuesta de ella golpearme con un látigo en los pechos y en los cojones, subiéndose encima de mí y obligándome a comerle el coño hasta hacerme la lluvia dorada en la cara y boca.
– Te voy a convertir en mi esclavo – me dijo cuando se tomó un descanso – Tú, que presumes de Amo te vas a convertir en mi más sumiso perro faldero.
Apenas creía lo que me estaba pasando, pero la realidad es que el mundo, mi mundo de sadismo, se había convertido en algo que, a pesar del dolor físico y de la humillación moral que sentía, comenzaba a gustarme. Terminé corriéndome cuando ella me propinó una segunda tanda de azotes en los pezones.
– Ahora tienes dos caminos a seguir – me dijo cuando nos despedimos – ir a ver al jefe del club y contarle lo que te he hecho o volver otro día para que siga con mi labor de convertirte en mi esclavo sumiso.
Me daba vergüenza contar a nadie lo que me había pasado, por lo que opté por marcharme a casa y tratar de olvidar lo sucedido pero fueron pasando los días y mi mente no podía olvidar lo que pasó en el club entre esa chica y yo, hasta el punto de que, pasada apenas una semana, volví al lugar donde parecía que ella me estaba esperando.
– Sabía que ibas a volver – me dijo al tiempo que me abrazaba y besaba, cosa que me extrañó en una chica de su condición.
Volvimos a pasar a la habitación y me aplicó una segunda sesión, quizá más dura que la anterior, pues además de repetir lo que el primer día me hizo, me obligó a besarle los pies, se sentó encima de mi como si fuera un caballo e hizo que me vistiera con sus ropas, un tanga negro, sujetador a juego y un vestido semitransparente blanco. Como todo el pelo del pecho, axilas y genitales salía por todos los lados, me dijo:
– Por esta vez pase, pero la próxima vez que vengas y que tiene que ser mañana sin falta, quiero verte totalmente depilado.
Volví a casa y me depilé absolutamente todo, del cuello hacia abajo. Tal era el poder que esa mujer había empezado a tener sobre mi. Al día siguiente, cuando fui al club, estaba en la barra del bar con otro hombre. Al verme se me acercó y me dijo:
– Ahora voy a pasar a follar con ese hombre, quiero que vengas con nosotros y me veas joder con otro, eso será otra humillación que vas a sufrir porque deberás hacer todo lo que nosotros te ordenemos.
Pasamos a la habitación y ordenó que nos desnudásemos por lo que pude comprobar que el hombre que la acompañaba también era su esclavo pues, para empezar, también estaba depilado como yo. Nos puso un collar de perro a cada uno, unidos por una pequeña cadena, más otra larga que ató a su mano. Nos hizo poner a cuatro patas y con un látigo en la mano, nos obligó a salir de esa forma al pasillo.
Como, según ella, no caminábamos a la velocidad que deseaba, nos obsequió con una buena tanda de latigazos en las nalgas que nos hizo ver las estrellas. Después de pasearnos un rato por el pasillo, llamó a algunas de sus compañeras para que nos vieran, luego pasamos de nuevo a la habitación y dirigiéndose a las chicas, les dijo:
– Hace un rato teníais ganas de orinar, pues os doy permiso para que bañéis a estos dos perros.
Dicho y hecho, las cuatro o cinco chicas se pusieron encima de nosotros y se orinaron sobre nuestros cuerpos, obligándonos después a limpiarles los coños con la lengua. Al quedarnos solos los tres, echó a suertes quien de nosotros dos le daba por el culo al otro.
Me tocó a mi recibir, por lo que me eché a temblar por mi culo virgen. Mientras ella iba a por una crema para lubricarme el culo, mi compañero dijo:
– Después de todo, voy a tener suerte, la voy a poder meter en un agujero y correrme…
– De eso nada – le dijo Mari, que le oyó, hecha una fiera – Vas a ver de lo que soy capaz de hacer.
Cogiendo un enorme consolador, sin preparación ni aviso previo, y aprovechando que los dos estábamos a cuatro patas, de un solo golpe se lo introdujo totalmente al pobre hombre. El grito de dolor que dio se debió oír a varios kilómetros de distancia. Inmediatamente el culo de mi compañero empezó a sangrar pues se lo había abierto de par en par. Mari continuó trabajándole el culo durante un buen rato. Cuando el hombre empezó a quejarse menos, Mari me ordenó que me pusiera debajo de él y se la chupara sin parara hasta que se corriera.
Lo hice con cierto reparo pues era la primera vez que se la chupaba a un hombre. Me costó bastante trabajo que se corriera pues el dolor del culo hacía que al pobre hombre ni tan siquiera se le pusiera dura. Cuando el hombre por fin se corrió, soltándome un buen chorro de semen que tuve que tragar hasta la última gota, Mari le quitó el consolador, le curó un poco el culo con una crema, se vistió y se fue, eso sí, después de pagarle religiosamente a Mari el dinero convenido. Ya solos, Mari me permitió que la follara. Era la primera vez que lo hacía con ella y la verdad que me supo a gloria. Seguimos viéndonos más días, siempre ella en el papel de Ama y yo de esclavo hasta que un día le pedí que dejara la profesión y se casara conmigo. Ahora somos marido y mujer. Nuestras relaciones son excelentes.
Mi papel de esclavo ha cambiado bastante, pues mi mujer ya no me somete físicamente sino que me permite, de vez en cuando, participar como semi-Amo con alguno de sus esclavos, aunque mi situación se ha convertido en la de cabrón consentido, haciéndome estar presente cuando tiene relaciones sexuales normales, no sádicas, con la gran cantidad de personas que diariamente visitan mi casa, tanto hombres como mujeres, cobrándoles sus servicios o haciéndolos de forma gratuita con sus amantes.
Me he acostumbrado a chupar pollas, coños y culos, tragar semen y recibir lluvia dorada y otras cosas peores cuando alguno o alguna de los que visitan a mi mujer tiene necesidad de ir al baño y por estar en la cama no les apetece levantarse. Entonces soy yo el encargado de recibir todo lo que a estas personas le sobra en el cuerpo. En definitiva de Amo sádico me he convertido en esclavo masoquista y además cornudo consentido. Pero soy feliz, inmensamente feliz.