Fue un fin de semana genial. Después de conocernos fortuitamente y no haber tenido ningún tipo de contacto nos pasamos meses hablando por whatsapp, intercambiando vídeos por email, haciéndonos pajas el uno a la salud del otro, alimentándonos el morbo, echándole de comer al cerdo…
J. es un tío guapote, divertido, con buena conversación, elegante, un gentleman moderno y adorable. Me hablaba de sus experiencias, de clubs liberales, de amigas, de parejas, me contaba sus inquietudes, me susurraba sus fantasías, me proponía cosas… y todo me llevaba inevitablemente a sentir mis braguitas demasiado mojadas para sentirle tan lejos.
Fue un año muy malo en todos los sentidos. Quizá la tristeza es lo bastante diabólica para no permitirte disfrutar de nada. Y quizá algunas personas sean demasiado maléficas para inocular de pena tu vida. Quizá por eso la presencia de J. en este invierno tan duro aunque fuera de forma velada me evadía de algunos dolores, sobre todo porque siempre me hace sonreír o descojonarme con sus bromas. Me encanta su optimismo y su sentido del humor.
Me invitó en varias ocasiones a pasar un fin de semana con él. En primavera fui a verle a Bilbao. Estaba deseándolo, deseándole. Después de tanto tiempo hablando tenía ganas de él, no es que me apeteciera es que le tenía verdadera hambre. Cuando le vi aparecer por la calle de la estación sonriendo me gustó tanto que sentí abrirse a mis vértebras por la mitad. Hablamos y hablamos durante horas, hablamos de él, de mí, de mi jodida situación, de lo rematadamente mal que va todo, de mujeres, de hombres, de música, de cosas, de sexo, de sexo, de sexo… hablamos antes de cenar, mientras cenábamos y después de cenar, hasta que no sé en qué momento exactamente, ya algo atacada, le solté:
– ¿Pero es que no vamos a follar?
Me besó, me comió la boca como un animal insaciable, nos arrancamos la ropa y se desató un fin de semana en que no dejamos de desearnos, de tenernos morbo, de pensar en sexo, de follar como si no hubiese mañana. Todavía si cierro los ojos puedo sentir sus gemidos golpeándome en el centro de mi garganta ansiosa. Sentir la voz profunda y grave de un hombre gimiendo me hace estremecer de placer, los tíos deberían soltarse y hacerlo más y más a menudo porque es realmente hermoso. Piel, mucha piel. Nos deshicimos en cerderío y el volumen de nuestros apetitos no dejó de crecer y crecer.
J. me desgastó en saliva, su boca erizó mi piel hasta el punto de sentir como se hincaban millones de agujas en mi nuca, ya fuera besándome, comiéndome el coño o el culo, quizá no fue así pero ahora recuerdo esos primeros polvos trepidantes, y tengo recuerdos como si fueran fogonazos, tengo presente como me besaba, el tacto libidinoso de su lengua, el calor que emanaba de su piel, la presión exacta de sus dedos al atenazar mis caderas o como metió su polla entre mis nalgas e hizo temblar mi culo de felicidad al penetrarme. Recuerdo que hablamos, que hablamos mucho, que reímos, que no dejamos de follar.
Le pregunté por sus juguetes, se giró, abrió el cajón y sacó un arnés con un pollón impresionante. Me quedé mirando ese pollón de goma como si fuera el puto tesoro de Ali Babá, quizá él pudo ver el brillo de mis ojos…porque ambos nos habíamos prometido entre otras cosas una follada descomunal con ese arnés. Comenzamos a jugar otra vez. Más besos, más saliva, embarrándonos de sexo y de lujuria. Mi coño en su boca, su polla en la mía, la polla de goma en su boca, los dos como bestias obscenas y hedonistas pero los dos cómplices y confiados. Pocas cosas hay más bonitas que esa confianza. Le comí la polla con verdadera avaricia, deleitándome en el placer de dar, sintiéndola en lo más profundo de mi boca, durísima, chorreada, sintiendo su pálpito y su fuego, embadurnada de saliva, boca, yo. Estaba fuera de mí, quería más, quería hacerle mío, quería poseer a esa fiera indómita.
– Ponte ya el arnés- me dijo con voz impaciente.
Nunca antes había hecho eso, así que cuando oí que me pedía que me lo colocara me puse algo nerviosa. Temía no hacerlo bien, hacerle daño. Me lo ajusté a duras penas y volví a su polla, levantó las piernas y bajé a sus huevos, le oía gemir mansamente, seguí bajando hasta su culo lamiendo el perineo y el ano, cada vez más emputecidos los dos.
– Joder, hazlo ya – volvió a decirme
Metí la polla de goma en su culo tan despacio como pude, estaba atenta a sus reacciones, a su voz, a su cara. Fui introduciendo la polla en su agujero y la piel cediendo a la presión de la goma. Fue una verdadera gozada follarle mirándole, observando como su cara cambiaba y sus gemidos crecían. Es curioso como una mirada puede decirnos tanto. Es muy extraño pero a pesar de ese apéndice de plástico podía sentirle, de alguna manera podía hacerlo. El morbo que estaba sintiendo crecía y crecía y apuesto algo a que si de verdad hubiera tenido un pollón se me habría puesto duro como el mármol. Me daban ganas de empujar más y más hasta oírle gritar como a una putita. Él gemía como sabe hacerlo, inflándome de guarrería. Le agarré la polla y le pajeé, me pidió que le diera más caña y apreté el ritmo de mi culo, seguí pajeándole y follándole, empujando mis caderas con ganas hasta que su esperma , sus gemidos y su placer fueron míos.
Ahora lo recuerdo con muchísimo cariño, aunque seguramente hubo más impudicia que ternura. Sé que después de mucho sexo y cerderío quedé agotada, que el poder sexual de J. iba mucho más allá de lo que yo había tratado de imaginar en principio. Seguimos hablando, durmiendo a ratos y tratando de descansar para lo que había planeado J. para el día siguiente…
Al día siguiente nos levantamos algo tarde, nos duchamos, nos reímos, pasamos el día paseando, rajando, J. me llevó a comer a Portugalete a un sitio con un ventanal desde donde se puede ver el Puente de Vizcaya, después visitamos San Juan de Gaztelugatxe (un lugar bellísimo) pero lo vimos desde la costa. Por la noche me invitó a cenar, J. ya me había comentado que en mi visita iríamos a un local liberal.
A pesar de que sentía hacía mucho tiempo bastante curiosidad por el ambiente liberal y de las muchas ofertas que me habían surgido para acompañarme, soy demasiado tiquismiquis y, aún no había ido nunca. Pero con J. era distinto, confiaba en él, me sentía bien, sentía la suficiente confianza, y las suficientes ganas.
Mientras relamía una pata de centollo J. me miraba el escote y me sonreía, me hacía también sonreír a mí, me hablaba de esto y de lo otro y yo no dejaba de sentir esa excitación de lo novedoso, y como no, la humedad de mi propio sexo.
Llegamos a Géminis, un local agradable y muy majo. J. ya me había hablado del sitio y de sus amigos allí. Como J. hacía tiempo que no iba me había advertido que no sabía bien qué nos encontraríamos.
Al entrar me presentó a la dueña y a unos amigos, ella se ofreció amablemente a mostrarme el local. Después de una copita y algo de charla nos adentramos en la zona nudista. Había muy poca gente pero la mayoría bastante jovencitos. Nos desnudamos y nos sentamos en un sofá, comenzamos a calentarnos con besos y caricias. Fue llegando más gente aunque no mucha, una pareja salvaguardados por una escueta toalla se situó frente a nosotros en un colchón, se deshicieron de la toalla y también comenzaron su ritual.
J. me susurró – Mira, mira como ella le come la polla – Ella le lamía la polla dulcemente mientras él apenas se movía, le acariciaba el pelo o le agarraba la mano. Sentí un chasquido en mi cabeza, o mejor dicho “el chasquido” en mi cabeza, ese crack que lo desencadena todo, el meollo de la cuestión, la madre del cordero. Besé a J. y le susurré: – Ufff que ganas de follar me están entrando. Él me sonrió y me dijo: – ¿Sí? ¿Tienes ganas? Pues lo siento mucho pero hoy no vas a follar. Aquí no.
En ese momento pensé que era coña y sonriendo bajé con mi boca como una babosa obscena hasta su ombligo y, después, hasta sus huevos. Lamí el tronco de su polla arriba y abajo, varias veces. Jugué con mi lengua en su capullo, dando lamiditas cortas e intensas en su frenillo para luego mamar profundamente todo su rabo. Le oía gemir y sus jadeos me parecían mariposas que vinieran a susurrarme procacidades y maravillosas cosas sucias. J. me levantó y me dio la vuelta, me soltó un azote y me hizo levantar el culo, enseguida note el tacto viscoso de su lengua en mi culo para luego adentrarse jugosamente en mi coño, follándolo con la lengua, ayudándose de los dedos. Notaba sus manazas abriéndome las nalgas y el frescor de su lengua adentrándose en la profundidad de mi abismo. Al volverme me di cuenta de que había otra pareja en un cubículo protegido con exiguas cortinas a través de las cuales se les podía ver. Él estaba reclinado sobre ella comiéndole el coño, ella tenía apoyados los pies sobre sus hombros, destacaba el negro de sus uñas sobre unos pies blanquísimos, y las piernas abiertas desmayadas a ambos lados, él asestaba lametazos en sus labios mientras ella gemía blandamente. Yo estaba como loca. No era lo que hicieran, ni ellos ni yo, era la sensación de estar expuesto, era destrabar tus ardores, era esa carnalidad definitiva y manifiestamente hermosa . La lógica abrumadora del deseo.
J. volvió a darme la vuelta, me recostó en el sofá y me abrió las piernas. Pensé que iba a follarme, su polla brillaba como la jodida Excalibur, se reclinó y metió su cabeza entre mis piernas. Mi pecho se inflaba de aire mientras un placer dulzón y abrasador atenazaba los pliegues de mi carne, mi culo se elevaba hacia su boca arqueando la espalda en una contorsión adorable y extraña.
Mientras, la parejita se levantó y se sentó en otro sillón muy cerca de nosotros, yo los observaba con el rabillo del ojo.
Me corrí a ráfagas, como si el oxígeno me faltara cada cuatro segundos, chorreando sudor y ganas. La pareja de enfrente se acariciaba con dulzura. J. volvió a besarme: – Es un espectáculo ver cómo te corres, el tío nos está mirando ¿ves? Le has puesto cachondo…ven, cómeme la polla como tú sabes.
Me incliné hacia la verga de J. y comencé a mamar. Chupaba su polla con fruición, en mamadas profundas, ruidosas, absolutamente salivadas. La chica comenzó a hacer lo mismo que yo, le comía la puntita de la polla a su chico como si temiera hacerle daño pero luego más profundamente. El chico disfrutaba la mamada mientras me miraba atentamente. Los jadeos de J se confundían con mis sonidos guturales. Escupía sobre la polla de J., me la metía entre las tetas, se la pajeaba, se la volvía a comer. Cada vez que levantaba la cabeza miraba como me observaba el chico. Y cuando volvía a la polla de J. seguía sintiendo sus ojos clavados en mí como alfileres por toda mi piel. Me gustaba esa reciprocidad, me tenía guarrísima. Era mi primera mamada de exhibición.
Mientras le comía la polla a J. no podía evitar de vez en cuando tocarme el chochito. Lo notaba hinchado y muy mojado. Nos estaba gustando el juego. J. tenía la polla a punto de reventar. La metí de nuevo en la boca pero fui yo quien estalló. Sentía mi cuerpo temblar en sacudidas de placer. No recuerdo si J. llego a correrse o no, estaba totalmente absorta en mi gozo. Como parte de un todo o como una nada absoluta, como el ser más egoísta y al tiempo más generoso del mundo, como la más brava o la más dulce.
J. tenía razón, no follé aquella noche en aquel club, pero fue una experiencia muy morbosa y excitante. Me corrí varias veces. Me llevo escenas junto a otras parejas, los gemidos que se escuchaban, espejos por todas partes, el modo en que le narraba a J. como follaba la pareja del cubículo y que él desde donde estaba no podía ver…
Al llegar a casa de J. desatamos todo ese morbo de nuevo y sí, nos follamos y nos quisimos mucho, yo al menos sí le quise a él mientras me lamía, me besaba, me follaba o mientras yo le lamía, le besaba o le follaba a él.
Quedamos en que volveríamos a vernos pero aún no ha podido ser. De vez en cuando nos enviamos algún mensaje o algún correo. Yo he vuelto a mi rutina, esa que a veces creo que solo consiste en soportarlo todo. Otras no. La vida tiene una condición extraña y contradictoria, quizá por eso trato de alcanzar cuanto de bueno o bello me llega de ella y trato de sentirlo en su esencia, quizá porque una parte de mí se muere mientras la otra resucita.