Eres eterno e incombustible en mis pensamientos… Beso.
Beso robado, tímido, apasionado, de múltiples colores, sabores y sensaciones. Fuiste mía, fueron míos, aquel día, en aquel justo momento, sólo míos.
Recuerdo perfectamente aquel día, tomaba un café si así se le podía llamar a aquel brebaje que preparaban en la terraza que hay debajo de tu casa, no se si iba por su café o por verte salir cada mañana del portal. Esa mañana lo hiciste con el pelo mojado y alborotado, con cierta prisa y recién duchada, el forro de la falda se pegaba a tu cuerpo aun húmedo dejando entrever la perfecta forma de tus piernas, juraría incluso que llegué a ver ese sexy pliegue que forma tu trasero… sonó tu teléfono, lo cogiste y con una terrible cara de decepción paraste tu carrera, reculaste hasta encontrar asiento en la mesa de enfrente, aun hablabas, mejor dicho escuchabas, no salía palabra de tu boca… solo para decir, lo siento.
Cerraste el teléfono y quedaste absorta mirando al infinito, me quede tonto mirándote. Debió de ser demasiado obvio, porque cortó tu concentración en aquel punto imaginario para hacerlo en mi cara de bobo… qué vergüenza, era incapaz de desviar tu mirada! ahí seguía sentado mirándote sonrojado. Me asusté cuando te levantaste de forma brusca hacia mi, quedándote ahí de pie, durante unos cuantos segundos hasta que preguntaste con decisión… «te importa que me siente?» en absoluto…
«-Trabajas cerca o tan bueno está el café que vienes cada mañana por él…?» – no acerté a contestar… – «bueno, veo que no me vas a alegrar la mañana, así que te dejo»
Antes de que pudieras separar tu hermoso culo de la silla te tenía cogida del brazo. «Perdona, no te vayas, volvamos a empezar…» No quitaste mi mano, dejaste que te cogiera, que te sentara de nuevo, estaba bastante contrariado. » No he entendido tu pregunta, es que acaso te habías fijado en mi?» reíste, «conozco la calidad del café de aquí, y ver a alguien repetir día tras día debe de tener algún secreto…» reímos…
Subíamos por las escaleras, era una casa antigua sin ascensor, la barandilla conseguía a duras penas contener nuestros cuerpos que iban de pared a barandilla y viceversa una y otra vez, me besabas, me lamias, me mordías… mis manos sujetaban las tuyas contra la pared mientras mi pierna abría ligeramente las tuyas haciendo subir tu falda, la respiración acompasada y frenética de nuestros cuerpos iba aumentando conforme pisábamos un nuevo escalón.
Atravesamos la puerta, te tenía cogida por detrás, mis manos agarraban tus pechos sin vacilar, mi respiración calentaba ese cuello, me buscabas la boca, querías mis besos, de manera insaciable no dejabas de saborear mis labios mientras yo me perdía en tus ojos, con esa sensación de incredulidad y deseo máximo por saber que podía ocurrir a tu lado… Mis manos no se podían contener, los roces continuos en tu entrepierna hicieron que la falda volara de alguna manera, que mis dedos encontraran un caliente y húmedo sexo, y que no pararan de jugar con tu clítoris hasta que no te escucharon gritar por primera vez, notaban que quedaba más, pero tus piernas casi no respondían. Me pediste una pequeña tregua, pero no parabas de besarme, de mirarme, de pedirme con aquellos ojos que volviera a conseguir lo que escasos segundos antes habías sentido… te senté a lo alto de aquella barra americana que dividía el salón con esa cocina moderna, todo era muy minimalista, hasta lo que quedaba de tu ropa interior la cual no dudé en borrar del mapa. Te besé, besé con calma aquel jugoso y carnoso sexo, con una mano me apretabas la cabeza contra ti, y con la otra entrelazabas tus dedos con los míos clavando tus uñas en la palma de la mano… Era brutal escucharte una y otra vez, mientras tu sexo latía y palpitaba…
Sin saber ni como ni por qué te separaste de mi, me pediste que parara, no podías más, necesitabas respirar, abriste el balcón tomando una gran bocanada de aire fresco, tu cuerpo perfecto, desnudo, jugaba con luces y sombras esculpiendo en el aire tu perfecta silueta.
«Por favor, márchate» .- Bastante me costaba entender como había llegado hasta allí como para ponerme a pensar por qué me decías eso… cerré la puerta despacio…
A la mañana siguiente estaba en la misma mesa, con el mismo mal café como compañía, mi pierna mostraba la agitación que aun me embargaba, necesitaba hablar con alguien de lo ocurrido, pero quien mejor que tú para darme respuestas, cuando abriste la puerta y te dirigiste directamente a mi lado, te agachaste, me besaste, como jamás me has vuelto a besar…
«sube, te hago un café…»
Es ahora, acariciando tu cuello mientras duermes, pasado el tiempo, cuando más disfruto de aquel beso, de su sabor, de su color, y de aquella sensación… solo alcanzo a susurrarte al oído…