Si alguien me diese a escoger entre un buen baño en el océano, en nuestro océano Atlántico, o una magnífica sesión de sexo creativo, ganaría la primera opción en un sesenta por ciento de las veces.
Si hubiese un ser superior, que se dedicase a hacer esa estadística, y me preguntase:
-¿Hoy qué prefieres, comunión con el mar o comunión con un amado varón?, habría más días que mi elección sería ese mar que me calma y abraza, que me hiela y calienta y me cubre toda.
Ahí dentro soy su juguete, su niña mimada, me lame de arriba abajo y hace que sea tan ligera en mi ingravidez, que las partes blandas de mi ser flotan como bollas y mis miembros se contraen, haciendo que la sangre fluya a toda velocidad. La capita de grasa bajo mi cuero es fantástica: pasan los minutos y yo tan pancha pese a las bajas temperaturas.
Me luzco para el dios de los mares, nado veloz, doy volteretas y adopto posturas indecentes, le muestro mi cuerpo desnudo. Lo abro, con mis manos separo las nalgas. Le enseño mi sexo abierto, aqui me permito ser obscena. Seguro que le gusta porque como está acostumbrado a las sirenas y ellas no tienen estos atributos… A Poseidón le excita mi vulva mojada, le encanta mi chichi.
Cuando me zambullo, fantaseo que viene y me rapta y me lleva con él. Poseidón me estimula muchísimo, con sus barbas y su fiereza misteriosa, con esa virilidad abrupta. Si viniera y me llevara al fondo de los mares, yo patalearía y forcejearía, pero solo para jugar: estaría encantada de que me trasportase hacia los profundos corales de azur. Qué bien debe de hacerlo bajo las aguas ese caballero misterioso. Pienso que Poseidón posee un tremendo tótem tan tieso como su cetro, y que sabe manejarlo con ubicuidad. Me lo imagino todo un tipo, pese a que siempre lo representan tan pobremente dotado.
Mi dios luciría su tremenda masculinidad y me tomaría vigoroso sin miramientos. Poseidón, ese soberano calmo tan solo en apariencia, entraría en mis carnes como pez en el agua y provocaría galernas, tsunamis en mis entrañas.