arcos va por la calle, sube a un auto y comienza a recorrer la ciudad. Siempre que está aburrido, toma un taxi y finge ir a algún lugar. Esta vez a media cuadra del cine se monta una chica trigueña de pelo largo. Le llama la atención el vestido rojo pero no quiere que ella lo note interesado. Saca una pequeña agenda donde tiene anotaciones sin importancia y simula estar ocupado. Se le cae un bolígrafo y ella se agacha a recogerlo. Los dos lo cogen al mismo tiempo. La mano de ella sujeta la del chico, y cruzan miradas. ¡Diablos! Tiene los mismos ojos que yo y si no estoy exagerando nos parecemos mucho. Piensa el muchacho.
No, es idea mía. Piensa y le devuelve la mirada. Ella sonríe e intenta decir algo, pero decide no hacerlo. – Te conozco de la escuela. Dice el chico para romper el silencio.
-No, no me conoces, pero me llamo Vilma.
– Perdóname la confianza, pero quiero invitarte a conversar. – Estamos conversando.
¿No te parece? – Si, pero en otra parte. Cerca hay un mirador con un Cristo que no es el de Janeiro pero es muy acogedor además no me dejaría mentir.
– Ya empezaste mintiendo. Dice Vilma y lo besa en el rostro.
Parece una buena señal. Piensa mientras le ordena al chofer que los deje junto al mirador.
Se bajan del taxi y cortésmente el, paga la carrera. Vilma se acerca al muro y observa la Habana como si quisiera tragársela con los ojos. Marcos compra una cerveza para cada uno y comienza su charla de conquistador. La caída de la tarde le sirve como decoración para su empresa.
– Siempre que estoy aburrida cojo un taxi sin rumbo y simulo ir a algún lugar. Si encuentro un lugar placentero o algún amigo me bajo.
– Pensé que yo era el único loco que hacía esas cosas. – No, no eres el único, dice Vilma y se adelanta a besarlo, se abrazan y acarician como si se quisieran de toda una vida.
El conoce bien el lugar y la invita a bajar a la costa por una escalera colonial hecha por los españoles de la conquista.
El paisaje es acogedor y el olor a mar y perfume francés se mezclan para convertirse en un verdadero afrodisíaco. Se bañan desnudos en la costa, lejos de la vista de los demás visitantes que no se atreven a ir más allá de las paredes de roca.
La noche parece haber disuelto el reloj, el teléfono y demás aparatos que esclavizan al ser humano a estar en tal o más cual lugar en un tiempo exacto. Nada puede interrumpir lo que solo el Cristo de la escultura puede observar, es como si los estuviera encubriendo.
Cada beso es una palabra que no necesita ser balbuceada. El lenguaje de sus cuerpos estremece sus sentidos y funciona como elogios y premios a la aventura.
El sol los descubre en la mañana desnudos como Adán y Eva y los pescadores los saludan con algunas groserías.
– Vístete rápido, tenemos que salir de aquí. Dice Marcos mientras busca su pantalón de mezclilla. Ella se levanta sobre la roca como si estuviera vestida y desaparece entre las aguas como si fuera un pez. El se lanza al agua para salvarla y un pescador lo saca del agua y le dice, loco vete a drogarte a tu casa.
– Estás muy viejo para andar desnudo por ahí. – La muchacha, ayúdame a encontrarla.
– ¿Que muchacha? – La que estaba conmigo anoche.
– Aquí no hubo nadie anoche, como a las tres de la mañana yo pasé en mi bote y te vi desnudo hablando solo y haciendo muecas extrañas, pensé que eras un loco. – Yo vine con una chica se lo juro. – Si seguro era una sirena. Dijo el viejo se echó a reír. Marcos se quedó con la sal en los labios.